Antes de hablar de rendimientos, hay que hablar de autoestima financiera.
El mexicano promedio que invierte suele enfocarse en la tasa anualizada, el plazo y la liquidez… pero pocas veces en su relación emocional con el dinero. Y ahí está el origen de muchas pérdidas.
La autoestima financiera es la capacidad de mantener decisiones de inversión coherentes con tus objetivos, incluso bajo presión. Si no la tienes:
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Vendes en pánico cuando el mercado baja.
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Caen en tus manos esquemas de “rendimientos garantizados” porque buscas validación rápida.
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Cambias de estrategia cada que ves un titular alarmista.
Para mejorarla, adopta estas tres prácticas:
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Manifiesto financiero personal: Escribe en una hoja tus reglas de inversión (plazo, riesgo, objetivos) y cúmplelas aunque haya ruido externo.
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Estrategia de desconexión: Limita el consumo de noticias económicas a una o dos veces por semana.
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Sistema de celebración diferida: Aprende a premiarte solo cuando cumplas un objetivo de largo plazo, no cada vez que ganas un poco.
Invertir es un acto técnico, pero sostener una inversión es un acto emocional. Sin amor propio financiero, cualquier estrategia se derrumba.